Historia de una asesina:
Las dunas siempre son dunas. (I)

Nací en el 1960, la peor época para nacer en el sur de Mali, y la peor época para pertenecer a los Tuareg, las sequías eran mucho mas acentuadas en estos años, nuestra tribu era nómada, guiábamos a las caravanas y comerciábamos con otras tribus sedentarias que se dedicaban a la agricultura. Mi nombre fue Shahlaa, que en nuestro idioma significa ojos maravillosos, pues al nacer fueron los ojos más hermosos que habían visto en años. Recuerdo con cierto cariño los atardeceres en el Sahara, colocando las tiendas teñidas de rojo, que acompañaban al color del sol cuando se ocultaba tras las dunas.
Desde pequeña disfrutaba viendo a mi madre bailar en las fiestas nocturnas, era una de las mujeres mas bellas de la tribu, vestida de azul se acercaba a la hoguera bailando mientras las otras mujeres se juntaban en coros haciendo sonidos guturales, otro miembros de la tribu comenzaban a tocar sus instrumentos. A pesar de estar en unos años difíciles se trataban de llevar como buenamente se podía, muchos de nuestros hermanos habían viajado a Gao para establecerse allí y aprovechar los núcleos urbanos, mi tribu creía que lo más importante eran las tradiciones, que debían seguirse escrupulosamente.
Las guerras por el petróleo, hacían que los caminos fueran cada vez más peligrosos, mi tribu quería mantener su estilo de vida, viajando en camello, utilizando flechas, lanzas y escudos, sin embargo no podían equipararse a las armas de fuego que llevaban actualmente los asaltantes. Con la sequía los pillajes aumentaban preocupantemente, era mas fácil sobrevivir robando que comerciando. Sin embargo, los ancianos conocían los caminos seguros y los exploradores, los reconocían antes.
Muchas veces en las caravanas que guiábamos iba gente extraña, eran muy pálidos, y sus cabellos eran claros, yo solía acercarme para verlos, ellos me hablaban, pero no entendía ni una palabra de lo que decían, las ancianas comentaban que eran herejes, pero que pagaban bien. Algunos hablaban torpemente nuestra lengua, y contaban extrañas historias de lugares en los que el agua abundaba, yo creía que se burlaba de nosotros, pero mi madre corroboró esas historias cuando se las comenté, yo no entendía porque Alá daba a unos con tanta agua y nosotros apenas teníamos la necesaria para sobrevivir. Mi madre siempre respondía que cuando Alá creo el mundo hizo un lugar lleno de agua para que los hombres fueran felices y los desiertos para que se encontraran así mismos.
Pasé mi infancia viendo a mi padre practicar con la lucha, y viendo como enseñaba a otros niños de mi edad, yo intentaba memorizar los movimientos, por la noche, cuando los adultos se reunían y los niños dormíamos, cogía una daga de las muchas que tenía mi padre y practicaba los movimientos, mientras la Luna era la única cómplice de mis movimientos. En mis sueños me veía como una guerrera, empuñando una espada y haciendo sangrar los cuellos de mis adversarios junto al resto de mis hermanos.
Una noche mientras practicaba, escuché una voz a mis espaldas, la voz de mi padre:
- Eh niño, estas no son horas de practicar, pero mañana quiero verte haciéndolo exactamente igual de bien. – Dijo en un tono alegre, cuando llegó a mi altura y descubrió que era su hija la que empuñaba la daga, me soltó un bofetón que yo recordé como si volara hasta caer a la mullida arena.
- Shahlaa, No quiero volver a verte empuñar un arma, eres una mujer y debes aprender cuales son tus limitaciones, cada uno tiene su función en su tribu, aprende y aplica la tuya.- La voz de mi padre atravesaba mi cuerpo, me sentía débil y vulnerable tras su desaprobación, se giró y se marchó dejándome tumbada sobre la arena, en silencio.
Agarré la arena entre mis puños y una sola lágrima corrió por mi mejilla, y no fue por la bofetada que enrojeció mi piel, sino por la impotencia de no poder ser una guerrera como soñaba por las noches, una guerrera como mi padre. Mi cuerpo temblaba de odio, de odio a mi misma, odio por ser una mujer, que era lo único que rompía mis sueños.
Sin embargo, mis anhelos seguían apareciendo en mis sueños, me veía vestida de rojo, atravesando a varios adversarios con mi espada. Muchas veces me despertaba sudando, y no pude evitar varias noches salir al exterior y seguir practicando, asegurándome de que no pudieran pillarme. Salía a oscuras en la noche, normalmente en las noches en las que la Luna se encontraba hermosa y redonda en el firmamento, de otra manera hubiera sido imposible moverme por la oscuridad del desierto, sin embargo, mis entrenamientos no podían alargarse mucho, el frío de la noche era extremo, incluso para aquellos que estábamos acostumbrados a esas temperaturas. Muchas noches debilitaron mi cuerpo, causándome estados febriles que traían de cabeza a la tribu, no comprendían a que se debían mis enfermedades. Sin embargo, mi cuerpo consiguió sobreponerse y fortalecerse.
La adolescencia llegaba y con ella mi cuerpo iba variando, algunas de las chicas de mi tribu iban casándose, muchos chicos se peleaban ritualmente para que las chicas nos fijáramos en ellos, yo los observaba memorizando nuevos movimientos que practicar. El tiempo pasaba y mas chicas iban casándose, todas las miradas se centraban en mí, puesto que era una joven con cierta importancia dentro de la tribu, y no éramos muchas chicas. Yo lloraba por dentro, mi vida no podía ser esa, pero no podía seguir viviendo en mis sueños…
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