La espada solitaria (II).
Día tras día, las charlas de mi madre eran mayores, estaba tardando en aceptar mi destino, en tomar la decisión que todos esperaban, tenía algunos entre los que elegir esposo, recibía muchas visitas para hacer acuerdos, pero no aceptaba ninguno de momento. Muchas noches alrededor del té, escuchaba hermosos poemas que los hombres componían para mí. La tribu disfrutaba de ellos y me miraban sonrientes. Casi todos esos hombres eran maduros, y tenían un status social correspondiente al mio, pero yo quería otra cosa.
No pude demorar mas insistencias de mi madre, a pesar de que con 16 años no tenía prisa para ello, mi madre se caso con 18 con su primer marido, según ella cuanto antes me case antes podré tener un hogar estable, casi todas las mujeres tuareg se separan de su primer marido. Una noche sonreí a un joven, tendría unos veinte años, se sorprendió e hicimos una cita en la que acordamos casarnos, él envió a su primo para hacer una petición formalante mi padre. Las mujeres salimos de la tienda. Ellos quedaron para concretar la dote, la fecha,...
Yo me fui lejos a llorar. Al volver mas serena todo el mundo estaba agitado, feliz por el futuro enlace. Esa noche se celebró una fiesta, como cada noche que se anunciaba un compromiso, yo me fui antes de costumbre a dormir, decía que me sentía mal, demasiadas emociones juntas. Todo el mundo poco a poco se retiraba a dormir.
Cuando todo el mundo dormía yo aún seguía desvelada, me escapé nuevamente de la tienda para ir a entrenar, estábamos cerca la zona montañosa, y me oculté entre unas formaciones rocosas que había en la falda de la montaña, había algunos troncos secos contra los que golpeaba, liberando toda mi rabía haciendo saltar mil astillas.
De repente algo hizo que me detuviera, en la hoja de la espada se reflejo un brillo que no tenía nada que ver con la luna, ni con las hogueras de la tribu, varios ruidos sordos se repetían con una velocidad pasmosa, y un montón de gritos de guerra berebere sonaban.
Me asomé en la colina, y horrorizada contemplaba como tres jeeps hacían círculos alrededor de mi tribu disparando al cielo, prendieron fuego a algunas tiendas, y disparaban también a todos los de mi tribu, iban cayendo uno detrás de otro, mis ojos se inundaron, no podía dar crédito a lo que estaba viviendo. Vi a algunos de los hombres atacar con sus espadas, tan solo lograron derrotar a tres de los atacantes, y sus cuerpos cayeron pesadamente sobre la arena.
Distinguí a mi padre entre el gentío espada en mano, matando a un berebere, y gritando mi nombre, yo solo susurraba entre llantos “estoy aquí papá, estoy aquí” Mi mano apretaba fuertemente el mango de la espada. Un disparo golpeo a mi padre, y otro, y otro,… Mi padre se mantenía en pie, y se giró con su espada hiriendo en la cara a uno de ellos, tras lo que cayó de rodillas, el bastardo lo apuntó en la frente con su pistola y puso fin a la vida de mi padre, el horror y la impotencia paralizaron mi cuerpo. Cuando casi acabaron con toda mi tribu, apresaron a algunos jóvenes, de los cuales yo sabía su destino, mercado de esclavos, aun existía el esclavismo, sobre todo uno sexual, en el cual acababan todas las mujeres.
- Vaya una rezagada.- Rió una voz a mis espaldas.
En vez de sentirme asustada estaba llena de odio e ira, me incorporé girándome, con espada y aprovechando el movimiento realice un movimiento circular con el que le seccioné el gaznate con un grito que liberó parte de la tensión acumulada, dejando caer libremente mis lágrimas.
El hombre cayó tiñendo de rojo la sangre y perdiendo su vida, me quedé viendo como sus ojos se apagaban. No sentí ni remordimiento, ni pena, el tiempo pasaba, los gritos de mis espaldas seguían desgarrando la noche, pero iban reduciéndose, la calma se adueñaba de la oscuridad del desierto.
El ruido de los jeep me hicieron girarme, sus focos me cegaron y me quedé paralizada como un pequeño animal. Los jeeps pararon y uno de ellos se bajó y se dirigió hacia mí, mi odio creció al encontrarme con el rostro del asesino de mi padre, con la herida de la cara aun sangrando, levanté mi espada para lanzarme contra él, sin embargo hizo un movimiento rápido con los pies, haciendo que cayera al suelo, él se rió, me tomó por la muñeca levantándome, del suelo, mi espada cayó y se clavó en la arena.
- No sabía que las mujeres también sabíais pelear, lleváosla!- Ordenó arrojándola a los pies de otros hombres.
- Sí jefe.- Respondieron dos de ellos, el asesino de mi padre era el responsable de aquella masacre, aunque eso carecía de importancia en ese momento.
Me maniataron y me subieron a uno se los jeep en los cuales había otras amigas y primas mías, mis lágrimas ya se habían secado y mi temple era frío, solo podía pensar en la cara del asesino de mi padre. Los jeep se pusieron en marcha y yo vi alejarse el poblado en el que yacía mi padre y posiblemente mi madre, observé mi espada clavada en la arena del desierto reflejando la Luna y las llamas del poblado consumiéndose, emitía un brillo casi macabro.
Subimos cerca del Río Níger durante un par de días hasta que llegamos a uno de los asentamientos cerca de Gao, era una especie de mercado negro en la que se juntaba la peor calaña, podías comprar esclavos, armas y otras cosas que no encontrarías en un mercado común. Algunas de mis compañeras murieron en el viaje, no nos daban apenas agua y menos aún comida.
Eramos como ganado que han de meter en un redil, nos tomaban y nos arrojaban al suelo, y a empujones nos metían en una tienda. Aquel campamento era una mezcla entre tiendas bereber y algunas casas de barro, o eso me parecía. La noche estaba llegando nuevamente, apenas recordaba los dos días atras, mareada en la parte trasera de un jeep, amontonada como un fardo.
En aquella tienda estaba llena de gente de otras tribus, todos encogidos, con un aspecto lamentable, y las mujeres sozllozaba, algún joven también, a pesar del dominio que tienen nuestros hombres de sus sentimientos. Supongo que hay situaciones que sobrepasan a cualquier persona.